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viernes, 16 de mayo de 2008

JUNTOS CONTRA LA VIOLENCIA DOMÉSTICA.


Saludos a tod@s los que comparttís conmigo este blog.
Solamente comentaros que me han enviado vía e-mail el documento que a continuación transcribo, y de esta manera quiero participar en mi lucha, nuestra lucha contra la violencia. Difundiendo algo tan obvio.
¡¡¡¡¡¡NO MÁS SILENCIOS!!!!!! Hasta pronto.

Carta a un maltratador

Fernando Orden Rueda 2º de Bachillerato, de Ciencias de la
Salud. IES Bioclimático, de Badajoz. II Premio del II
Concurso Nacional 'Carta a un maltratador', convocado por la
Asociación 'Juntos contra la violencia doméstica'


Para ti, cabrón: Porque lo eres, porque la has
humillado, porque la has menospreciado, porque
la has golpeado, abofeteado, escupido,
insultado... porque la has maltratado. ¿Por
qué la maltratas? Dices que es su culpa,
¿verdad? Que es ella la que te saca de tus
casillas, siempre contradiciendo y exigiendo
dinero para cosas innecesarias o que detestas:
detergente, bayetas, verduras... Es entonces,
en medio de una discusión cuando tú, con tu
'método de disciplina' intentas educarla, para
que aprenda. Encima lloriquea, si además vive
de tu sueldo y tiene tanta suerte contigo, un
hombre de ideas claras, respetable. ¿De qué se
queja?

Te lo diré: Se queja porque no vive, porque
vive, pero muerta. Haces que se sienta fea,
bruta, inferior, torpe... La acobardas, la
empujas, le das patadas…, patadas que yo
también sufría.

Hasta aquel último día. Eran las once de la mañana y mamá
estaba sentada en el sofá, la mirada dispersa, la cara
pálida, con ojeras. No había dormido en toda la noche, como
otras muchas, por miedo a que llegaras, por pánico a que
aparecieses y te apeteciera follarla (hacer el amor dirías) o
darle una paliza con la que solías esconder la impotencia de
tu borrachera. Ella seguía guapa a pesar de todo y yo me
había quedado tranquilo y confortable con mis piernecitas
dobladas. Ya había hecho la casa, fregado el suelo y
planchado tu ropa. De repente, suena la cerradura, su mirada
se dirige hacia la puerta y apareces tú: la camisa por fuera,
sin corbata y ebrio. Como tantas veces. Mamá temblaba. Yo
también. Ocurría casi cada día, pero no nos acostumbrábamos.
En ocasiones ella se había preguntado: ¿y si hoy se le va la
mano y me mata? La pobre creía que tenía que aguantar, en el
fondo pensaba en parte era culpa suya, que tú eras bueno, le
dabas un hogar y una vida y en cambio ella no conseguía hacer
siempre bien lo que tú querías. Yo intentaba que ella viera
cómo eres en realidad. Se lo explicaba porque quería huir de
allí, irnos los dos…Mas, desafortunadamente, no conseguí
hacerme entender.

Te acercaste y sudabas, todavía tenías ganas de fiesta. Mamá
dijo que no era el momento ni la situación, suplicó que te
acostases, estarías cansado. Pero tu realidad era otra. Crees
que siempre puedes hacer lo que quieres. La forzaste, le
agarraste las muñecas, la empujaste y la empotraste contra la
pared. Como siempre, al final ella terminaba cediendo. Yo, a
mi manera gritaba, decía: mamá no, no lo permitas. De repente
me oyó. ¡Esta vez sí que no!–dijo para adentro-, sujetó tus
manos, te propinó un buen codazo y logró escapar. Recuerdo
cómo cambió tu cara en ese momento. Sorprendido, confuso,
claro, porque ella jamás se había negado a nada.

Me puse contento antes de tiempo.

Porque tú no lo ibas a consentir. Era necesario el castigo
para educarla. Cuando una mujer hace algo mal hay que
enseñarla. Y lo que funciona mejor es la fuerza: puñetazo
por la boca y patada por la barriga una y otra vez…

Y sucedió.

Mamá empezó a sangrar. Con cada golpe, yo tropezaba contra
sus paredes. Agarraba su útero con mis manitas tan pequeñas
todavía porque quería vivir. Salía la sangre y yo me
debilitaba. Me dolía todo y me dolía también el cuerpo de
mamá. Creo que sufrí alguna rotura mientras ella caía
desmayada en un charco de sangre.

Por ti nunca llegué a nacer. Nunca pude pronunciar la palabra
mamá. Maltrataste a mi madre y me asesinaste a mí.

Y ahora me dirijo a tí. Esta carta es para tí, cabrón: por
ella, por la que debió ser mi madre y nunca tuvo un hijo.
También por mí que sólo fui un feto a quien negaste el
derecho a la vida.

Pero en el fondo, ¿sabes?, algo me alegra. Mamá se fue. Muy
triste, pero serenamente, sin violencia, te denunció y dejó
que la justicia decidiera tu destino. Y otra cosa: nunca tuve
que llevar tu nombre ni llamarte papá. Ni saber que otros
hijos felices de padres humanos señalaban al mío porque en el
barrio todos sabían que tú eres un maltratador. Y como todos
ellos, un hombre débil. Una alimaña. Un cabrón.


Fuente: LA GACETA EXTREMEÑA DE LA EDUCACIÓN.

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